Epigenética a la inversa
Absurda la ironía que, a pesar del avance médico y científico, el advenimiento de terapias alternativas y un esquema intensificado de vacunas, tenemos hoy en día la infancia más crónicamente enferma.
El pronóstico más probable de las Enfermedades Infecciosas es que continúen perturbando a la población humana. Hoy en día, seguimos en la estadística de la incidencia y mortalidad de las personas afectadas por el COVID. Sin embargo, a mi juicio, existen cifras aún más preocupantes de condiciones de salud que crecen exponencialmente, de las que parece haber una sordera colectiva inentendible.
La salud neurológica de nuestra infancia viene siendo hoy plasmada por cifras angustiantes. Hoy en día, 1 de cada 36 niños es diagnosticado dentro del TEA (Trastorno del Espectro Autista), y recientes estudios en USA evidencian un aumento de 1:30 en la incidencia de esta condición.
¿A qué se debe ese aumento? ¿Sabemos más de Autismo? ¿El diagnóstico está sobreestimado por evaluaciones no apropiadas que no contemplan una lista de criterios, ya sea del DSM-V o del ADOS-2 (para los que les gusten el tecnicismo y el deber ser)? ¿Estamos agrupando un conjunto de condiciones del Neurodesarrollo infantil en este mismo saco del TEA?
En mi opinión, es lo que menos importa porque, finalmente, detrás de todo este tecnicismo, lo que estamos viendo son niños con dificultades para poder avanzar en sus aprendizajes, niños con regresiones del lenguaje y pérdida de sus habilidades sociales, con comorbilidades de Ansiedad, Depresión, irritabilidad, agresividad, Trastornos del Sueño, trastornos sensoriales, Epilepsia, trastornos oposicionistas desafiantes, niños con dificultades para su comunicación verbal y no verbal, con dificultad para atender, para permanecer en su puesto, para poder controlar sus manos, para poder responder a su nombre, chiquitos que parecen no estar acá, niños con dificultades para solucionar problemas básicos, para poder entender el entorno, las emociones del otro, niños con un sello en común y característico en gran parte de los casos, y es la desregulación de su sistema inmune y neuroinflamación, que termina siendo rotulado por algún diagnóstico y, posteriormente, empieza la búsqueda imparable de poder ocupar un espacio en esto que ahora llamamos mal “neurodiversidad” y aquella utopía de la inclusión.
Hoy en día, con clara evidencia, sabemos que la génesis del TEA, en gran parte de los casos, parece ser la suma de una tormenta perfecta: genes y factores ambientales. La epigenética representa una pieza del complejo rompecabezas de cómo los factores biológicos y ambientales interactúan. El entramado de nuestros genes viene cambiando de generación en generación por la exposición a todo lo que nos rodea. Nuestros genes solo responden al Estrés, se adaptan a la involución y se expresan de manera incorrecta por este cambio.
La susceptibilidad de detonar un proceso de neuroinflamación, “sello determinante en nuestros niños con problemas del Neurodesarrollo”, aumenta con estresores en la línea de tiempo. Hoy en día, hay más de 120 variaciones genéticas de novo como causante no única del Autismo. En mi opinión, la infancia actual es el reflejo de la iatrogenia, la falta de conciencia y la involución de nuestro mundo.
Lo más anecdótico es que la recuperación de nuestros niños, desde muchos frentes, implica nuestro modelo de volver al origen: comiendo comida real, protegiéndolos de contaminantes en nuestro medio, moléculas antiinflamatorias, inmunomoduladoras, nutrientes que nos brinda la naturaleza, plantas sagradas, terapias reparativas de muy alto costo no al alcance de nuestra población, horas de terapia basadas en motivación, integración sensorial, conductuales, mucho amor, ciencia, oración, padres unidos y empoderados, redes de apoyo… Todo con el único fin de buscar neuroplasticidad y funcionalidad en nuestros niños.
Se han puesto a pensar ¿qué será en 30-40 años si la casuística de nuestra infancia a nivel de condiciones del Neurodesarrollo continúa en aumento? ¿Cómo será nuestra población adulta? ¿Qué tal si invertimos más en prevención que en tratamiento? ¿Qué tal si pudiéramos predecir con más conocimiento qué factores impactan en el desarrollo neurológico de nuestros niños? ¿Qué tal un programa de los primeros 1000 días de vida enfocado en el cuidado materno y los 2 primeros años de vida de nuestra infancia?